“En
realidad, el único consejo que una persona puede darle a otra con respecto a
leer es que no acepte consejos, que siga sus propios instintos, que use su
propia razón y que siga sus propias conclusiones. Si convenimos en esto me
siento entonces en libertad para exponer algunas ideas y sugerencias, pues no
les coartarán a ustedes su independencia, la cualidad más importante que el
lector puede tener. (...)
“Pero,
para disfrutar la libertad, si es perdonable la perogrullada, tenemos, por
supuesto que controlarnos. (...) Esa, tal vez , sea una de las primeras
dificultades que enfrentamos en una biblioteca(...) poemas y novelas, memorias
y libros de historia, diccionarios y libros oficiales, libros escritos por
hombres y mujeres de todas las índoles , razas y edades se codean unos con
otros en los estantes. (...) ¿Por dónde debemos empezar? ¿Cómo poner orden en este multitudinario caos
para obtener de ese modo, el mayor y más profundo placer de lo que leemos?”
Hace poco, antes de poner por escrito estas ideas tropecé con el
excelente ensayo de Virginia Woolf, Un cuarto propio, pero no era – por esas
cosas que tienen los libros- , la edición que he leído más de una vez.
Esta edición, es la edición
de editorial AZ que contiene también otros dos ensayos: ¿Cómo se lee un libro? y Mrs Bennet y Mr.
Brown.
Aquí hay algo que me va a interesar, me dije, y en efecto a partir
de ¿Cómo se lee un libro? pude
plantearme esta charla bajo una luz más
clara que la que podía aportar como especialista en literatura infantil y
juvenil, pues era una autora la que hablaba de sus lecturas y, presumiblemente
una gran lectora la que introducía cuestiones que hoy, setenta años
después están totalmente vigentes.
Porque aunque la escuela
haya cambiado y mucho, la formación de los lectores y las preguntas en torno a
la lectura siguen siendo, en muchos casos,
las mismas.
Y supongo que eso es lo que
ustedes han venido a buscar aquí: algún modo de expandir el contagioso virus de
la lectura- si se lo suelta en un ambiente favorable- y un modo rico y
atractivo de ofrecer un recorrido para ciertos
chicos y ciertos jóvenes por algunos libros que ustedes elegirán por
razones que vamos más adelante a detallar. (Nótese bien lo de ciertos niños y jóvenes que no he
colocado ociosamente, sino para dejar sentado desde el comienzo la
individualidad de cada lector y su singularidad).
Además, al ponerme a cobijo
de una gran escritora – y, por lo menos a mí me lo parece- ponemos ambos pies
en el campo de la escritura para mirar luego desde allí las prácticas escolares
y no al revés, como solíamos siempre hacer, asomarnos por la ventana de la escuela para ver qué de
este mundo de las libros para niños y jóvenes- y, particularmente, la
literatura- puede servirnos para
los fines que dentro de la institución escolar nos proponemos. Decir ahora que
para promover la lectura debemos desescolarizarla, sería tal vez, una frase
hecha. Pensemos, mejor, cómo leen los lectores verdaderos, los lectores
apasionados para ver si podemos reproducir, con la mayor naturalidad posible,
esas condiciones al trabajar con nuestros alumnos de cualquier edad.
Pero volvamos a la cita
para tomar de allí los elementos que la hicieron digna de ser citada: en primer
lugar, aquello de “no aceptar consejos, de seguir los propios instintos” que
parecería incoherente con el hecho mismo de estar hablando yo del tema, pero
que alude a la libertad
del lector, el lector-mediador como son muchos de ustedes para buscar aquellos
libros que pueden interesar a ese niño/a a ese grupo que ustedes conocen y que
no responde en forma automática a la lista de lecturas sugeridas para esa edad
de cualquier especialista por competente que sea o a las indicaciones que los
propios libros traen y con las cuales los editores tratan, con la mejor
intención , por cierto, de orientarnos acerca de qué tipo de libro y para qué
edad es el ejemplar que tenemos entre manos. Con esto quiero decirles que para
formular un recorrido lector es necesario leer, y mucho, y estar muy atentos a
los gustos, las características y aun el momento que están atravesando aquéllos
con los leemos. Porque estoy pensando siempre en situaciones en que no es la
lectura el acto solitario que suele ser.
La lectura, cuando se
comparte, conserva su cualidad de descubrimiento y la intermediación del adulto
permite afrontar mayores desafíos: la complejidad del texto, la temática, la
originalidad, las innovaciones en los modos de narrar son acicates para leer y
hablar sobre lo leído –que es fundamentalmente
lo que hacen los lectores asiduos: conversar acerca de lo que leyeron.
No es conveniente
menospreciar la capacidad de los niños o evaluar que un texto es muy difícil, o
muy largo, o muy metafórico sin atreverse a compartirlo. En todo caso, cabe
también abandonarlo, que, como dice Daniel Pennac en Como una novela es
también un derecho de los lectores abandonar el libro.
No quiero apartarme de este
aspecto del tema, al que podríamos llamar qué leer sin repetir –lo digo siempre- que es a ustedes a quien
primero debe entusiasmarles, encantarles, enamorarlos ese texto que van a compartir...
La pasión del adulto hace
muchas veces posible que los niños disfruten de lecturas que muchos pensarían
imposibles y les permite acceder a libros que no hubieran comprendido solos, o
hubieran abandonado...
Muchas veces veo esto
observando -en mi rol de capacitador docente-
la práctica de colegas de cualquier nivel educativo... ¿comprenderían
los niños de cinco años Historia de un amor exagerado de Graciela Montes, si no hubiera
estado la maestra enamorada del texto para leerlo? ¿Si no se hubiera tomado la
libertad de fragmentarlo? ¿Para crear microsecuencias que – respetando el
período de atención de los niños-
mantuvieran el suspenso hasta el siguiente momento de lectura?, ¿qué
hubiera pasado si ella- viendo que los personajes están en séptimo grado
hubiera concluido que es para niños de esa edad, y lo que es más terrible aún,
que sólo a esa edad comienzan los niños a enamorarse? Si la maestra no se
hubiera atrevido y no hubiera pasado por encima de muchos prejuicios que el
libro planteaba: es largo, no tiene dibujos, los personajes no tienen la edad
de los niños y no pueden identificarse con ellos- ¡este asunto de la identificación merecería
toda una charla aparte! – nunca podría yo haber visto las caritas arrobadas de
una sala de cinco disfrutando el cuento.
Pero pasemos a otro
aspecto: la multitud de obras nos abruma, y, como si fuera poco, el mercado
editorial continúa produciendo novedades a un ritmo francamente difícil de
acompañar aun para los que estamos pendientes de ellas... Eso, creo, es lo que
Virginia Woolf llama “un conglomerado de confusión, poemas y novelas, etc,
etc...)” y constituye la cantera donde iremos a buscar los elementos del
recorrido lector: un inmenso e intrincado bosque formado por todas las obras
que leímos y que leyeron nuestros alumnos, además de recurrir a colegas y
amigos para ver cómo voy saltando de libro en libro.
Pues cada lector y cada mediador
que se ve frente a un niño como padre, docente, bibliotecario, percibe en algún
momento que hay un modo – no un único
modo- de pasar de un libro a otro. Que algunas lecturas atraen para
seguir leyendo en un cierto sentido. Por ejemplo, ¿quién no ha visto que un
niño o una niña piden uno tras otro cuentos de terror? ¿O algún otro que descubrió que comparte el humor de Ricardo
Mariño y quiere leer todos sus libros? ¿O las obras de teatro de Adela Basch le resultan
desopilantes? ¿O se enamoró de Bornemann o de María Elena Walsh? ¿O tal vez una
docente o una bibliotecaria propuso a un
grupo de chicos la lectura de leyendas argentinas? ¿Americanas? ¿Latinoamericanas?
¿Griegas? ¿Universales?
He visto docentes que leen
con sus alumnos la saga de Harry Potter- y otros no los leemos porque pensamos que
igual los leerán solos y preferimos hacer pie en alguno de los elementos
intertextuales para provocar otras lecturas- o porque un escritor visitará la
escuela la bibliotecaria reunió todos sus libros para hacer un recorrido por su
obra.
Esto es muy interesante
pues, por una parte, permite que se discuta en la institución, pero este
libro... ¿para qué grado es? Así aparecen las múltiples lecturas de un texto
que se pueden hacer en diversos momentos de la vida y además establece un
diálogo entre los niños y el autor que
versa sobre lo que los ha unido en esa oportunidad: los libros, las lecturas,
la cocina de la escritura, la carnadura de esos personajes que los hicieron
emocionar...Dice Ana María
Machado: “El mejor premio para un autor es un buen lector. Un lector que
entiende, cualquiera sea su edad, es un presente. Y, cuando entiende, no
confunde la relación con el libro con la relación con la persona que lo ha
escrito. Para mí lo importante es que mi lector se acerque a mi libro y no a
mí. Muchas veces la figura física del escritor puede hasta dificultar el
contacto con la obra. Algo
que me preocupa mucho es no ser injusta , no privilegiar un lector en
detrimento de otros. Si comienzo a conversar mucho con uno ¿cómo voy a hacer
para conversar con todos los otros? Sólo
a través del libro, que es justo y democrático. Pero me encanta cuando el
lector se manifiesta sobre la obra.”
Cuando el encuentro acontece , en la escuela, en una librería, en una feria del
libro, casi siempre los niños continuarán además preguntando al autor si le
gustan las milanesas, y cuántos niños tiene en casa, y si tiene perro o gato, y
hasta -como yo he escuchado en Ushuaia que una niñita preguntaba a Ema Wolf- si
los escritores pagan la luz y otros servicios!!!
Pero eso es parte de su
encanto y su frescura, pero si además, se ha hablado de libros de su autoría y
de otros libros y el escritor ha podido dejar claro cuánto trabajo y placer le
ha dado escribirlos y cómo borró y corrigió, la misión está cumplida con
creces.
Resumiendo, para recorrer
ese camino entre una oferta tan grande de material y el corpus que va a
utilizar es necesario que el propio
lector o un adulto que interactúa con un niño o un grupo de niños conozca ese
universo que va a explorar. Y que dentro de otros mundos posibles, le guste y
quiera saber más de él. También es imprescindible que se contemple qué le gusta
a aquellos que van a recorrer con nosotros el sendero.
Para permitir que un libro
“llame a otro” hay que conocer muchos y poder elegirlos.
A veces es el tema, el
autor, el género, el contraste entre dos tipos textuales -por ejemplo, los osos
de los cuentos y los de los libros de Ciencias Naturales- ,el tono en que un
mismo tema se trata, un formato determinado –adivinanzas, o coplas, o cartas-
lo que tiende un hilo conductor que, sin ser arbitrario, es azaroso, pues los
sujetos que están comprometidos en ese paseo son únicos. Y el adulto –aunque
parta de un corpus previamente seleccionado- debe ser receptivo y sensible a las ramificaciones que
se van abriendo. Esos niños: ¿son niños realistas? ¿Fantasiosos? ¿Amantes de
las ciencias? ¿Ávidos por debatir sobre cuestiones éticas y sociales?
Afortunadamente, hay libros para todos.
Ayudar a crecer al lector
es mostrarle el bosque con su variedad de árboles, de arbustos, de helechos, de
pequeñas flores, de cubresuelos y de hongos... el fantástico mundo de esa
espesura que él puede conquistar, en la que se puede perder -evadir, dirían
algunos- para volver más sabio al mundo que –dirían otros- es el mundo de la
realidad... es ayudarlo a construir los sentidos -pues si el texto es literario, no ha de
tener un sentido unívoco- a partir de lo
que el texto dice, sugiere, y sobre todo, a partir de lo que el texto calla
pues son –en mi opinión- los mejores textos para ser leídos aquéllos que tienen
“agujeros” que dejan espacios por donde el lector puede colarse, entrar y
colaborar con el autor en la historia que se va tejiendo... aquellos textos
demasiado explícitos, que todo lo dicen por miedo a que el niñito -pobrecito-
no comprenda son los más aburridos y los más inútiles a la hora de formar
lectores autónomos.
Ofrecer diversidad
en la selección: no sólo cuentos, sino novelas, la poesía - de tan esporádica
aparición, a veces- las leyendas, las novelas policiales, de ciencia ficción, de aventuras,
las biografías, los textos teatrales, los libros informativos sobre aspectos
de la Historia, la Geografía, la Biología,
la Ecología, las Artes, todo interesa a los niños pues están auténticamente
motivados para comprender este mundo al que los hemos traído y en el que
inician la ventura de vivir.
También las
relaciones que establecemos entre nosotros en la sociedad, sus problemas de
toda índole, la ética que guía nuestras acciones, los valores, los
prejuicios, son temáticas que entran con
toda fuerza al aula, querámoslo o no los adultos. No olvidemos que, aunque los
escatimemos, están presentes todo el tiempo en los noticieros de TV, y en otros
muchos programas –más o menos serios, más o menos documentados- muchas veces
sin un adulto cerca con el que hablar de ese cuerpo mutilado de otro niño que
acaba de aparecer en pantalla.
Para cerrar estas
consideraciones, apelo otra vez a
Virginia Wolf.
En el mismo ensayo y
hablando de una novela, dice: “... debo leerla como si fuera el último volumen
de una larga serie, la continuación de todos los otros libros que estuve
hojeando (...) porque los libros se continúan unos a otros, a pesar de nuestra
costumbre de juzgarlos separadamente” .
Y al terminar el ensayo Un cuarto propio,
cuando exhorta a las mujeres a escribir todo tipo de libros añade: “Porque los
libros encuentran la mejor forma de influirse unos a otros. La novela mejorará
al contacto con la poesía y la filosofía. (...) la lectura de esos libros
parece ejercer una curiosa operación de cataratas en los sentidos, después de
la misma vemos con más nitidez, el mundo parece despojado de su velo y dotado
de mayor intensidad”.
Que salgan al mundo con los ojos bien abiertos para entenderlo y
para disfrutarlo y para cambiarlo en lo que sea necesario es algo, que, estoy segura, todos ustedes
desean para aquellos niños o jóvenes que están, en alguna medida, bajo vuestra
responsabilidad.
Ojalá haya podido demostrar, que, en su medida, los libros que les
ofrezcamos y el modo de leerlos puede contribuir a ello.